No sé bien por dónde empezar. Primero te voy a contar que cuando era una niña mi papá solía relatarme la historia de Descartes y su hija Francine. Me la conocía de memoria después de infinidad de repeticiones, pero igual esperaba ansiosa para escuchar su final. Cuando revelaba que aquella pequeña criatura que el filósofo había llevado en barco a recorrer los mares de Holanda no era una niña. Si no que se trataba de un autómata, parecida a su hija Francine, quien había muerto a los cinco años de edad. Era la historia de un hombre tan obsesionado con la muerte de su hija, que fabricó una muñeca, que imitaba algunos movimientos humanos, para lograr combatir su dolor. Cuando el cuento terminaba mi papá decía una frase que sigue resonando en mi cabeza: “nada es lo que parece”.
Nada es lo que parece
Nada es lo que parece
Nada es lo que parece
No sé bien por dónde empezar. Primero te voy a contar que cuando era una niña mi papá solía relatarme la historia de Descartes y su hija Francine. Me la conocía de memoria después de infinidad de repeticiones, pero igual esperaba ansiosa para escuchar su final. Cuando revelaba que aquella pequeña criatura que el filósofo había llevado en barco a recorrer los mares de Holanda no era una niña. Si no que se trataba de un autómata, parecida a su hija Francine, quien había muerto a los cinco años de edad. Era la historia de un hombre tan obsesionado con la muerte de su hija, que fabricó una muñeca, que imitaba algunos movimientos humanos, para lograr combatir su dolor. Cuando el cuento terminaba mi papá decía una frase que sigue resonando en mi cabeza: “nada es lo que parece”.